jueves, 28 de abril de 2011

Cotidiano

¿Quién lo iba a decir? Hasta ese día de otoño, Roberto, un simple canillita, no sabía nada sobre el acontecimiento que estaba por suceder, eso de que los canillitas suelen saberlo todo, parece ser una mentira más grande que una casa. Hacía unos días que le llamaba poderosamente la atención un tipo que se acercaba a comprarle el diario, y luego se quedaba un rato en la esquina de la plaza. Pero, aquella mañana, Roberto lo olvidó rápido, porque estaba entretenido mirando a un loquito que, cuando cortaba el semáforo, se acostaba en medio de la calle, desafiando a los automovilistas y choferes. Cuando el semáforo cambiaba de luz se levantaba, como si nada, y ya en la vereda, esperaba nuevamente la aparición de la luz roja. “¡Qué loco hijo de puta!” pensaba Roberto desde la parada de diarios donde trabaja. Mientras estaba pensando, se acercó un hombre de traje, con apariencia de abogado u oficinista y le dijo «Ojalá lo pasen por arriba a ese negro de mierda. Estas cosas pasan porque el Gobierno no les da pelota a estos vagos, deberían mandarlos a laburar. Le apuesto mi sueldo a que si me acerco con una pala y le propongo hacer un pozo en medio de la plaza, para remover aquel mausoleo horrible, me saca corriendo». Roberto lo miró a la cara y pensó “Claro, de guita ni le hablás”, mientras lo miraba y pensaba, notó un resto de polvo blanco entre la nariz y el labio superior, entonces le hizo una seña para que se limpiara, pero como el otro no se dio por aludido, le dijo «¿Algo más?», al mismo tiempo que metía un periódico en una bolsa de plástico, cuyo titular rezaba: “La inseguridad crece proporcionalmente con el desempleo”, en un recuadro más pequeño se leía: “Un 20% de los empleados de oficina en la Ciudad de Buenos Aires consumen algún tipo de estupefacientes”. El tipo, como el otro no le había dado cabida, no dijo nada más; agarró la bolsa, inseguro, con la mano derecha, porque en la izquierda llevaba otra, con un paquete de facturas de dulce de leche y crema —además de un vaso de café de mac donal’s y un atado de cigarrillos— que le tiraba el cuerpo para un costado, «¡Como el jorobado de París, ja!», pensó Roberto y le hizo mucha gracia (rememoró la comedia musical de Cibrián-Mahaler, cómo habían empapelado Buenos Aires por algunos meses, que además, él había comparado la estética de los afiches con las fotos que salían en las revistas más taquilleras); finalmente, el jorobado de notre-dame se estabilizó —pero no del todo— con el peso del diario y una de “esas taquilleras” que le encargaba su jefa, y cruzó la calle en dirección al edifico que estaba en frente, «Empresa Multinacional», decía el cartel confeccionado con luces de neón rojas, azules y amarillas, que estaba en la puerta. Vio cómo subía los primeros escalones hasta el hall y se perdía rápidamente en el ascensor. El resto de la mañana se distrajo mirando culos y tetas, por suerte, la avenida hierve de mujeres y en la plaza están las chicas, a las que Roberto, cada tanto, contrata para sentir compañía. Roberto es soltero, vive con su papá a tres cuadras de la parada, es del barrio; conoce la zona y a su gente.

Cerca del mediodía, levantó los ojos y el canillita comía sentado en el puesto de diarios y revistas, “Está ahí desde las cuatro de…” pensó Román, pero no pudo terminar la frase, porque se dio cuenta de que él había llegado una hora después, y continuaba parado en la esquina, leyendo el diario que le había comprado. Por suerte el clima, aunque ya era otoño, seguía siendo amable, el calorcito porteño cada vez tarda más en ceder. Cruzó la calle y se sentó en la plaza. Sacó una libreta y anotó un par de cosas: “En realidad Roberto no es soltero. Roberto es separado. La mujer le blanqueó que tenía un amante y lo echó de la casa. Desde entonces vive con su papá. La parada es una herencia familiar. La había fundado su abuelo en los años veinte”. Román, por aquel entonces, escribía un texto de ficción (un cuento largo o una novela) sobre un canillita. Cuando le leyó un capítulo a un editor, éste le contó la historia de Roberto, el diariero del barrio y desde entonces, Román va todos los días a observarlo, pero nunca había llegado tan temprano. Lo distrajo la música que emanaba del estéreo de un taxi a todo lo que daba: “Se viene el estallido, oh, oh, oh…”. Levantó un segundo la cabeza del papel y se volvió a zambullir de lleno en la historia. Creo que anotó la escena del taxi. Mientras tanto, en el puesto de diarios, Roberto escribía un poema, al mismo tiempo que devoraba un pancho con mostaza y papas fritas a caballo. Los poemas de Roberto eran lamentos de un amor pasado, desahuciado:

“¿Por qué te has ido, Amor?

¿No es el Amor suficiente prueba del Amor?

Es verdad, el Amor,

además de amar,

golpea,

y ¿es su golpe mi condena;

las lágrimas que chorrean

por mi rostro añejo

cuando me observo,

detenido,

en el espejo del tiempo?”

La mujer lo abandonó porque lo descubrió una tarde con otra mujer. Había llegado de sorpresa al puesto de diarios, un rato antes de que Roberto cerrara, para volver juntos a su casa. Cuando la vio, Roberto se puso de todos colores, muy incomodo. Su esposa se acercó a saludarlo y descubrió a una mujer de rodillas adentro del puesto; entonces gritó y puteó enloquecida, le dijo que ella también tenía un amante y que no se le ocurriera volver a la casa. Una semana después, un flete de mudanzas dejó todas sus cosas en la casa de su padre, nunca más supo de ella, pero, aún hoy, pasa muchas horas escribiéndole poemas. “¿A ella, a su fantasma o a su ego?” escribió Román en la libreta rayada de tapa blanda.

No siempre come panchos, a Roberto le gustan los tostados de jamón y queso en pan de pita que a antes le preparaba su padre, por las mañanas, como si lo despidiera para ir a la escuela. Hasta que un día le dijo «Roberto, ¿por qué no te buscás otra mina?, es hora de olvidar a Clarisa, ¿no te parece? Dejala ir, por favor, hacelo por tu bien». Su padre creía que la poesía era un mal de amores, un hechizo que lanza el Amor contra los rechazados, los perdedores; pero él sabía que a su hijo la mujer lo había dejado porque lo encontró con otra y que entonces ella había aprovechado la oportunidad para sacárselo de encima. Desde aquel día no le preparó más los tostados, pero hasta el día de hoy, Roberto los extraña.

De a ratos, Román volvía a abandonar la escritura-lectura para mirar la plaza, a las palomas que llenaban todo de mierda, a los vendedores, a los motoqueros que estaban fumando un porro y tomando una cerveza, a los religiosos, a todos. La plaza estaba siempre sitiada. Desde su ubicación veía con bastante claridad, la calle cortada y parte del Santuario.

“Amor dulce y cruel,

como rosa y espinas,

como vivir sin ti,

como saber que estás en otros brazos,

como una gris tarde de otoño,

y yo aquí…,

atormentándome”.

Cerró el cuaderno sin darse cuenta de que una gota de mostaza se le había caído sobre la hoja, sucedió cuando se acercó una clienta con un escote pronunciado a preguntarle si ya había recibido la revista Caras; Roberto dejó, desesperado, el pancho sobre el cuaderno y se paró de un salto para atenderla . «No, esa sale mañana, cuando llegue, a primera hora, te separo una y te la guardo», le contestó, sin sacarle los ojos de las tetas.

“El fantasma de Clarice lo persigue por la habitación oscura, ahora lo ha acorralado contra la pared que linda con el baño y lo atormenta con su cara de Ángel. Ha venido por su alma y él lo sabe…”.

Roberto se levantó para subir el volumen de la radio, estaban pasando un tema que le gustaba mucho por aquel entonces “Se viene el estallido, oh, oh, oh…”. Entonces sucedió, el cielo se vistió de negro, se oscureció completamente; de pronto, se desató una feroz tormenta eléctrica; el viento era rápido y fuerte, se llevaba todo lo que tenía a su paso. ¡Pero lo peor aún no había pasado! Un rayo impactó de lleno sobre la terraza del edificio de la “Empresa Multinacional”. Unos tachos de pintura que habían dejado olvidados en la terraza se encargaron del resto. Cuando el calor saturó la loza, los vidrios de las ventanas estallaron y el fuego comenzó a escapar por las aberturas despojadas de cristales. Por suerte todos lograron escapar ilesos o casi. Román se paró instintivamente para protegerse de la explosión, corrió hacia la avenida y vio llegar a los bomberos, a la policía, a Crónica TV…, pero le llamó particularmente la atención un chofer enano que manejaba la autobomba, tenía puestos unos tacos de madera para llegar a los pedales. Cuando el vehículo logró estacionar de costado con una maniobra casi imposible, se abrió la puerta y Román vio perfectamente que el enano se sacaba los tacos. Después no recuerda muy bien qué fue lo que pasó.

Roberto, que ya había cerrado el puesto y se iba para su casa, pasó junto a él y atinó a decirle algo, pero sólo movió la boca con un gesto idiota. “Qué tragedia, ¿no?”, pensó en decirle primero y después “¿Qué hace usted todos los días en la esquina o en la plaza? ¿Por qué hoy llegó más temprano que de costumbre?” —Él, sin saberlo, había leído un cuento de Román en una revista, y le había parecido una porquería—. Pero se arrepintió rápidamente, quería apurarse para llegar a comprar un sándwich de tomate, queso y pepinillos que preparaban en una casa de comida judía, a veces tenían un falafel que era la gloria. Roberto se alejó, se fue haciendo pequeño ante los ojos de Román, que, en ese momento, atendía su teléfono celular. Era el editor con el que se debería haber reunido en la esquina de la plaza al mediodía, lo llamaba para decirle que no había llegado, que lo disculpara, pero que después lo volvía a llamar para encontrarse otro día. La lluvia caía torrencialmente sobre Román, sobre la plaza, sobre las personas que se encontraban en ella, y también sobre el edifico en llamas que poco a poco comenzaban a ceder. Román había olvidado el horario de la cita, así que para no llamarlo —según él, para no quedar mal—, ese día había llegado a las cinco de la mañana.




5 comentarios:

  1. Hola Hernán, soy Facundo, che muy bueno el cuento loco, la verdad que lo leí con mucho ahínco y eso que leer por la pantalla no me gusta, pero cuando se trata de algo tan relajado y profundo como considero este cuento, da placer. Che el otro día me acordé de que necesitabas que te pase un trabajito, el de linguística, todavía lo necesitas? disculpa, otro día me leo otro cuento, un abrazo.

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  2. Gracias Fucundo por pasar y leer y comentar....
    El trabajo ya lo hice, igualmente gracias por recordarlo!!!!!!!!!!!!!!

    Un abrazo

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  3. che está bárbaro!!! me gustaría, si me lo prestás para laburarlo con los pibes en el cole. está genial!

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  4. Les invitamos a seguir leyendo relatos y microrelatos en http://www.cuentos-personalizados.es/

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    Saludos a todos.

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    Saludos!!!!

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