martes, 17 de junio de 2014

El loco (segunda parte)



2

La medicación, de a poco, comienza a hacerle efecto. Una luz amarillenta le corta el cuerpo en dos mitades simétricas. Extiende el brazo, intentando atrapar las pelusas que flotan en el rayo lumínico, pero se le escapan.
Los árboles llenos de pájaros lo aturden, son como gritos de auxilio. Alguien lo necesita. Las voces que a veces retumban en su cabeza, ahora, están afuera: en el espacio exterior, en el grito de las aves, en los autos que pasan a gran velocidad por la avenida, en el pitido lejano del tren de cargas, en los alaridos frenéticos de Jacinto, su compañero de cuarto, cuando los enfermeros intentan atarlo a la cama para que no se clave un alambre oxidado en el ojo izquierdo.
Los sedantes le relajan los músculos y el cuerpo. Todo. Es como un ánima que flota, levita levemente por la habitación a media luz y se pierde en el sueño, que ya no es pesadilla. Se recuesta en el camastro desvencijado que le sirve de cama y se entrega.
En ocasiones, Vicente sueña con su hermano Teófilo en una tarde de lluvia. La bicicleta apoyada en el alambrado de la entrada, debajo de los frondosos paraísos, cuyas copas emulan gigantescos paraguas que detienen el chaparrón: el agua se acumula, mágicamente, entre las ramas verdes.





















El lago y el olor a tierra mojada, como él, también flotan en el aire y la tarde cae lenta y se disipa en el crepúsculo gris. Entonces, el hermano se resbala y se cae en el césped húmedo. Pretende levantarse pero el barro demasiado blando lo somete.
Sin querer, porque sabe el desenlace, mira a su hermano pero se detiene en una hoja seca que se muere lentamente a un costado del cuerpo tendido: los laberínticos pliegues dispersos y la lluvia que persiste en una gota, suspendida en una de las muchas nervaduras que la componen.
Al despertar grita: “La concha de dios y la santísima hija de remil putas de la virgen” y se aproxima a la pared. Parece que va a golpearla pero detiene el puño unos centímetros antes. “¿Por qué no hay un espejo en esta pared?”. Hace mucho tiempo no se contempla en uno. Intenta, entonces, comunicarse con los muertos, sus muertos, para ver si le dicen algo, le aclaran un poco las cosas.