viernes, 25 de marzo de 2011

Anagnórisis

“¿Quién soy?” había dejado de ser una pregunta que me inquietara; porque, ya por aquel entonces, eso no tenía ninguna importancia. Es decir, este relato va a hablar de otra cosa y no de esta pregunta existencial. ¿O acaso ustedes saben quiénes son? ¿Se lo preguntaron alguna vez? Yo soy Raúl Bermúdez, eso es una obviedad, lo autentifica mi documento.

“¿Qué sos, vos, Bermúdez?”, me dijo la de Historia en tercer año. Creo que esa fue la primera vez que alguien se animó a decírmelo de frente, sin ningún tipo de rodeos ni tapujos. Yo notaba que en todas las clases me miraba con desprecio. Nunca se dirigía a mí, sólo me nombraba para darme los trabajos y los exámenes, que por supuesto —para ella, claro— estaban siempre mal, siempre me aplazaba. Pero ese día no se aguantó más y me lo preguntó así, frente a todos mis compañeros.

Desde entonces, “¿Qué carajo sos?” era lo que veía en el rostro de todos los que se detenían a mirarme: en la calle, en el subte, en la escuela, en la verdulería, en una plaza, en el tren, en la panadería, en el club, en… La situación me comenzó a incomodar y tuve miedo, sobre todo cuando me miraba al espejo y veía, efectivamente, a otro, distinto. En esos momentos me daba cuenta de que no eran sólo fantasías adolescentes, sino que yo en realidad era extraño.

Por suerte a algunas personas yo no les caía mal. No era un friki anti social, para nada. Podía hablar con la gente y comunicarme lo más bien. Pero la mirada de algunas personas me causaba miedo. Hasta que un día, iba en el colectivo, creo que estaba yendo a Cemento a ver a Los Brujos, y una vieja no me sacaba los ojos de encima, ¡una cara de chusma tenía la muy zorra! Me acuerdo que le clavé la mirada con intensidad, y noté que se atemorizó mucho, quedó paralizada pero, de todas formas, no me sacaba los ojos de encima. Mientras me bajaba del bondi en Constitución, le grité “¿Qué mirás, vieja chota?” Pero antes de bajarme, me acerqué a ella y pegó un saltó en el asiento; noté que le corría un sudor frío por su cuello muy arrugado y colgante. Simplemente, se quedó helada, sobre todo cuando le acerqué la cara lo más cerca que pude y le dije “¿le pasa algo, señora?” Después, todo se fue de cauce, se hizo confuso, y ahí fue cuando le grite “vieja chota” y me bajé del colectivo como si nada. Ninguno de los pasajeros me dijo una palabra, todos cerraron la boca. Yo me bajé tranquilo del bondi y caminé en dirección a Estados Unidos.

Antes de llegar, en el kiosco que estaba a la vuelta, me lo encontré a Charly, un loco que conocía de los recitales. “¿Qué hacés, chabón?” me dijo y yo me acerqué y nos pusimos a charlar. Charlamos un poco de todo, de música, de películas, de libros. Al toque compramos una cerveza y un pancho. “Mirá lo que estoy leyendo” me dijo, Charly, y me extendió un librito. Lo agarré, abrí la primera página y leí en silencio, mientras Charly empinaba la botella.

“Cuando una mañana se despertó, Gregorio Samsa, después de un sueño agitado, se encontró en su cama transformado en un espantoso insecto…”.

“No lo conozco, ¿está bueno?” le pregunté y él me dijo que sí, que estaba muy bueno. Bah, en realidad me había dicho “Es reflashero”. Recuerdo que memoricé el nombre del libro, porque el del autor era medio raro, y dos días después, lo conseguí en una librería de usados, a buen precio y estado. Lo devoré en un par de horas, me tiré en una plaza que había cerca de mi casa y me lo leí todo de un tirón. Con el tiempo pensé que había sido una indirecta de mi amigo, ¡justo recomendarme ese libro a mí!, no me sonaba a coincidencia, pero luego recapacité y me dije que seguramente lo había hecho sin mala intención.

Claro que mi caso era diferente al de Gregorio. Porque yo “Nací así”. Esa fue la respuesta que le di a la de Historia con los ojos inyectados de sangre en aquella oportunidad y desde ese día, fue la respuesta que les daba a todas las personas que me lo preguntaban. Simplemente, “Nací así”, les decía encogiéndome de hombros y cambiaba rápidamente de tema.

Ustedes deben estar preguntándose ¿qué pasaba con mi familia, si tengo una? o ¿por qué —en caso de tener padres— no les preguntaba a ellos sobre mi origen? Desde muy chico comencé a dudar sobre mi identidad. Había algo que me decía que no era hijo de mis padres, con sólo mirarlos a ellos y a mí juntos, cualquiera se daba cuenta. Pero bueno, me llevó un tiempo poder ponerlo en palabras, porque si algo había heredado o, en este caso, aprendido de esas personas que me criaban, era cierta facilidad para la negación. Sí, la negación. Ellos evitaban siempre el tema, me decían “¿Vos estás loco, Raúl?, sos nuestro hijo a pesar de lo que diga la gente”.

Todo esto me siguió pasando hasta que un día fuimos con Charly a ver a una banda que se llamaba Los Cometas. Hacían una música medio espacial, recolgada. Cuando terminó el recital, se acercó el guitarrista, me preguntó cómo me llamaba y me dijo si no quería salir en el próximo video. Le dije que sí, que no tenía ningún problema. Le pregunté cómo se llamaba el tema y me dijo “El renacuajo del espacio está sediento”. En un principio lo miré medio mal; “¿Por quién me está tomando, por un fenómeno?”, pensé, pero después le dije que sí, que no tenía ningún problema.

A la semana me llaman por teléfono, era el manager de Los Cometas. “Hola, ¿Raúl?, ¿cómo estás? Soy Guido, el manager de Los Cometas”. Tres días después de la conversación telefónica, estaba en la sala de ensayo para ultimar detalles. Llegué temprano para poder ver el ensayo, nunca antes había visto uno. Cuando terminaron de ensayar, cayó el director del video con dos minitas que iban a ser mis compañeras protagónicas y atrás de ellos, el manager venía corriendo y gritaba sacudiendo un papelito con la mano derecha en alto “¡Lo conseguí, tengo el permiso para usar el Planetario!”. Tomamos algo y hablamos sobre el video. Jhony, el cantante, me dijo sonriendo “Raúl, qué bueno que viniste, si no iba a tener que ponerme esta porquería en la cabeza” y sacó de la funda de su guitarra una máscara del extraterrestre del caso Roswell.

El video, no hace falta que lo cuente, todos, seguramente, lo vieron por la televisión o en Internet, ¡ya es un clásico de los videos rockeros! Ese trabajo me llevó a la fama.

A la semana de haberse estrenado en MTV, llovieron los llamados laborales, las propuestas de trabajo eran de lo más insólito: desde hacer publicidades de insecticidas hasta ir a fiestas privadas como sorpresa para los agasajados. Recuerdo muy bien una de esas fiestas, el tipo era un fanático de las películas de Steven Spielberg, toda su vida había soñado con tener un encuentro cercano del tercer tipo. En aquella oportunidad me di cuenta de por qué no me gustaban sus películas. Por ejemplo, nunca había visto E.T., el muñeco me parecía un sacacorchos, algo muy desagradable.

Guido dejó de ser el manager de Los Cometas y se convirtió en mi representante. De un día para otro tenía mi propio merchandising: muñequitos, figuritas, ¡mi cara estaba en todas las remeras! Cuando mi fama era un hecho, una mañana me llama un colaborador de Fabio Zerpa, el reconocido parapsicólogo quería realizarme una serie de estudios que permitirían —según él— esclarecer mi origen alienígena, o al menos saber si yo poseía ADN humano. Le dije que no, que gracias, pero no. Yo ya sabía muy bien lo que era, era una Estrella.

Luego llegó Hollywood y los Oscar y todo lo que ustedes ya saben.


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