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—La postal —dice Vicente sacudiendo un cartón— contiene sus últimas, definitivas,
palabras. Ahora lee un fragmento:

Entonces, Jacinto se la
pide para verla. Quería verla de cerca, examinarla. Vicente le extiende esa
cartulina oxidada por los años y él la observa detenidamente, la sostiene con
ambas manos y la observa con detenimiento. De pronto, una lágrima le baja,
lenta, por el rostro.
Vicente se le acerca,
intrigado. No está leyendo la letra manuscrita y confusa de su hermano. Está
mirando la imagen impresa en el frente: una oveja cheviot muy lanuda, que va camino a la esquila o al muere, mira a
cámara con sus ojitos tristes.
—Dame eso para acá.