miércoles, 28 de enero de 2015

El loco (sexta parte)

6

Mis queridos:
El cielo rojizo, por las llamas. Somos náufragos del tiempo. Hay esquirlas de explosivos oceánicos en los húmedos acantilados.
Estamos acá, en el puerto desierto. Desde este lugar los albatros levantan vuelo, rasantes, por las tempestades y el salado  frío antártico.   
El miedo es confuso como mi escritura.
Extraño las tardes de verano. Estación de lluvias cálidas. No de helados aguaceros constantes.
El miedo es confuso y desolador.
Se teme.
Como las piedras temen incrustarse en el suelo de turba y arena. Se teme a la noche y al día. Al crepúsculo y al alba.
Los quiere y extraña,
Teófilo

PD: La oveja de la foto se llamaba Lady.      


domingo, 7 de diciembre de 2014

El loco (quinta parte)

5

La postal dice Vicente sacudiendo un cartón— contiene sus últimas, definitivas, palabras. Ahora lee un fragmento:

El cielo rojizo, por las llamas. Somos náufragos del tiempo. Hay esquirlas de explosivos oceánicos... Estamos acá, en el puerto desierto... El miedo es confuso. Extraño las tardes de verano. Estación de lluvias cálidas… 

Entonces, Jacinto se la pide para verla. Quería verla de cerca, examinarla. Vicente le extiende esa cartulina oxidada por los años y él la observa detenidamente, la sostiene con ambas manos y la observa con detenimiento. De pronto, una lágrima le baja, lenta, por el rostro.
Vicente se le acerca, intrigado. No está leyendo la letra manuscrita y confusa de su hermano. Está mirando la imagen impresa en el frente: una oveja cheviot muy lanuda, que va camino a la esquila o al muere, mira a cámara con sus ojitos tristes.

—Dame eso para acá.


domingo, 2 de noviembre de 2014

El loco (cuarta parte)

4

Vicente está parado en la esquina del cuarto, con los brazos en jarra. Espera que algo suceda. Quiere ver a su hermano, Teófilo, hablar con él un rato. Pero ya no es posible, está allí entre esas cuatro paredes descascaradas, maldiciendo su suerte, masticando cada palabra que surge de su cabeza.
Ha hecho los pases mágicos como los hacía doña Dora y nada, seguramente se debe a la falta de un espejo. Ningún ánima se le ha presentado hoy, sólo palabras en su cabeza, voces del tiempo que el viento le trae en susurros. 
Esas palabras se mezclan con los gritos de Jacinto que viene corriendo, de4 pronto, desde el patio por el pasillo, a toda velocidad.
—Che, Vicente —le dice Jacinto, acercándose de a poco a su oído, como si fuera a contarle un secreto—. ¿Sabés una cosa?
Cuando llega a la puerta de la habitación, se detiene, clava sus pies en el piso, pero la inercia le tira el torso un poco hacia adelante. Hace equilibrio para no caerse y logra enderezarse.   
—No, ¿qué pasó?
Lo de abajo: las estrellas, por ejemplo —le dice—, son la metamorfosis de la ignorante cualidad de los abrigos y los cocodrilos, a veces, zapateros. ¿Sabés cuánto brillo hay en una ciénaga? ¿Cuánta algarabía en las profundidades de un cielo frondoso?
Las palabras de Jacinto lo arrebatan de su ensimismamiento. “Por hoy fue suficiente. Ya no vendrán”, se consuela entristecido y nostálgico. “Hay un tango…”, piensa, pero no recuerda el título.  
Ahí van los lagartos, Vicente, siempre hacia el polo. El frío les da un refugio oscuro, la noche un lugar de descanso seguro. Se descaman. Sí. Se comen un insecto y algunos reptan infelices, como en una fábrica de golosinas.
—Claro, Jacinto, es verdad —Sergio le da la razón como a un loco.
Vicente va hasta su cama, agarra una libreta negra y anota los desvaríos y ocurrencias de su compañero. Después las leerá mil veces y las corregirá, como siempre. A veces, le gusta mezclarlas con otras voces y con ideas que se le van ocurriendo.
—¿Escuchás? —le pregunta Jacinto—. Miles de voces gritando, como grillos, saturan la quemazón del tiempo libre. Un lugar de fuego masivo en columpios de madreselvas atónitas.
Su psiquiatra le dice que escribir está muy bien, que es una forma de exorcizar a los fantasmas. Pero él no los quiere alejar, quiere que se hagan presentes, que se materialicen.   
Un rayo, mondadientes, artículos de plástico, productos de porcelana, variedad de cosas sin nombre… —continúa enumerando Jacinto y él anota con precisión lo que el otro le va dictando.

Intenta morder el lápiz, pero sus pocos dientes se lo impiden. 


miércoles, 15 de octubre de 2014

El loco (tercera parte)

3

El hambre lo trae de vuelta. Ahora debe ir al comedor, porque en cualquier momento servirán la medicación y la merienda. Espera que no sea nada para masticar, porque casi no tiene dientes y se le dificulta morder cosas duras o fibrosas, como la carne.
Se incorpora y estira un poco las piernas, están entumecidas. Luego, se agacha para agarrar una libreta que está debajo de su cama. Por la tarde les leerá alguno de sus textos a Jacinto y a otros internos que puedan estar interesados.
Antes de salir, despierta a su compañero de cuarto que está roncando en la cama de al lado.

—Vamos a merendar, Jacinto —le dice y lo zamarrea.